Cuántas heridas, sabores y lenguajes compartimos aquellos que hicimos nuestra patria lejos a fuerza de encender y apagar el fuego de la nostalgia. Cierto es que patria es la casa donde arde el fuego nuestro, mas – El hombre que se fue – como todo aquel que hizo nido lejos de la madre tierra, como un destino inapelable, atiza a diario ese fuego con promesas y añoranzas empecinadas. Toda raíz, todo recuerdo, toda herencia se detiene en un hoy, en un ser, en un sentir y en un compromiso viajero a la espalda del que parte y no parte del todo nunca.
La musa de Juan Matos es la palabra que restaura, es la historia, es un sueño defendiendo su dinastía, es el amor, es la madre, el hijo, la mujer en las mujeres, el aula, la cruz, la protesta y la llaga de la ausencia; su musa es la vida misma.
El hombre que se fue es un derroche variopinto de sentimientos y cantos invocados ya anteriormente por este poeta quien regresa a convertir una vez más en poesía todo lo que roza su alma y su pluma. Su palabra a la intemperie es un disparo cuya flecha llaga certeramente esta vez a todo ser que dejó la tierra madre y quizás como el poeta, clama desde una patria prestada:
Oh, Cayo calcinante! …bramido alucinante, evocación perpetua,
Este bagazo-cuerpo que cargamos …más hondo que la hondura del retorno,
más leve que el peso del olvido…
Su musa es la lucha y la sangre convertidos en un clamor tan antiguo como el primer llanto y tan vigente como la historia enclavada en el centro mismo de nuestro ser.
…Hoy – lo mismo que tú, soy la historia y la luz
memoria de todo lo ocurrido
el hambre de las hambres, la lucha de las luchas
el fuego del frio y la noche del día
la mujer en el hombre y el hombre en el viento
rico cuando te cuento y miserable cuando te niego
¡Hermano! ¡Hermano! ¡Hermano!
que moriste conmigo para nacer en todos…
Poesía que impide el olvido y borra la distancia. Juan Matos evoca su Cayo y nos regala piedras preciosas quizás no para pisar tierra firme, más bien para renovar votos o inventar en la distancia, refugios sagrados.